Sentimientos de un moribundo no acostumbrado a considerar la meditación de la muerte: Imagina que estás junto a un enfermo a quien quedan pocas horas de vida. ¡Pobre enfermo! Mirad cómo le oprimen y angustian los dolores, desmayos, sofocaciones y falta de respiración, sudor glacial y el desvanecimiento, hasta el punto de que apenas siente, ni entiende, ni habla.
Y su mayor desdicha consiste en que, estando ya próximo a la muerte, en vez de pensar en su alma y apercibir la cuenta para la eternidad, sólo trata de médicos y remedios que le libren de la dolencia que le va matando.
“No son capaces de pensar más que en sí mismos,” dice San Lorenzo Justiniano al hablar de tales moribundos. Pero ¿a lo menos, los parientes y amigos le manifestarán el peligroso estado en que se halla? No; no hay entre todos ellos quien se atreva a darle la nueva de la muerte y advertirle que debe recibir los santos Sacramentos. ¡Todos rehúyen el decírselo para no molestarle!
(Los religiosos deben dar mil gracias a Dios que en la hora de la muerte hace que les asistan sus queridos hermanos de la Orden, los cuales, sin otro interés que el de su salvación, le ayudan todos a bien morir.)
Examina, pues, si tu corazón tiene apego todavía a alguna cosa de la tierra, a determinadas personas, a honras, hacienda, casa, conversación o diversiones, y considera que no has de vivir aquí eternamente. Algún día, muy pronto, lo dejarás todo; ¿por qué, pues, quieres mantener el afecto en esas cosas aceptando el riesgo de tener muerte sin paz? Ofrécete desde ahora por completo a Dios, que puede privarte de esos bienes cuando le plazca.
Razón tenía San Felipe Neri al llamar ‘loco’ al hombre que no atiende a salvar su alma. Si hubiese en la tierra unos hombres sin alma espiritual (como los animales), y otros hombres con almas inmortales, y aquéllos viesen que los segundos se aplicaban afanosamente a las cosas del mundo, buscando honores, riquezas y placeres terrenales, sin duda les dirían: ‘¡Qué locos sois! Podríais adquirir bienes eternos, y no pensáis más que en esas cosas míseras y pasajeras, y ¡por ellas os condenaréis a dolor perdurable en la otra vida! ¡Dejadlas, pues, que en esos bienes sólo deben pensar los desventurados que, como nosotros, saben que todo se les acaba con la muerte!’ ¡Pero no es así, porque todos tenemos almas inmortales!
De suerte que si queremos comprender lo que son los bienes terrenales, mirémoslos como si estuviéramos en el lecho mortuorio, y digamos luego: ‘Aquellas rentas, honores y placeres se acabarán un día. Entonces, es necesario que procuremos santificarnos y enriquecernos sólo con los únicos bienes que han de acompañarnos siempre y han de hacernos dichosos por toda la eternidad.’
El mundo actual se ha rebelado contra Dios, su Creador; se niega a obedecer los Mandamientos divinos y rechaza y difama al verdadero Vicario de Cristo en la tierra.
A consecuencia de no someterse a Dios, el mundo ha quedado sometido a los enemigos de Dios: el diablo y sus secuaces, que sólo quieren la destrucción de los hombres y, como justo castigo, el Señor permite que esos enemigos actúen, que propaguen la corrupción e impongan leyes inicuas en detrimento de las almas, además de provocar enfermedades y usar de muchos medios para causar la muerte del alma.

El Señor prometió que los que adoren la Santa Faz del Señor meditando la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo unidos a los Dolores de la Bienaventurada Siempre Virgen María, serán preservados del castigo que el Eterno Padre tiene preparado, y si padecieren en el castigo, será para morir mártires y alcanzar la santidad.
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PURGATORIO PALMARIANO
Planeta Maria
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