Dolores
La mortificación del cuerpo en Andalucía muestra el dramatismo y misticismo de la religión cristiana y de su idea de la redención a través del dolor, de lo que han sido ejemplo los múltiples suplicios de santos y mártires, y la propia crucifixión de Cristo, infinitamente representados a lo largo de la historia del arte.

La penitencia cristiana en Andalucía, gran compañera de la tradición popular, tiene mucho de celebración. Una celebración entendida desde el psicoanálisis como ritual en el que es posible un cambio de roles y códigos donde el simulacro es efectivo para la liberación de los males de un pueblo. Dentro de esta penitencia el símbolo de la Mater Dolorosa interpreta el papel de mediadora del dolor como campo de liberación.

“María tiene que ver con sus hijos que lloran de hambre, con el parto, con la falta de trabajo, con el campo que apenas produce, con el abandono del marido, con la enfermedad, con la falta de hogar, y tantas otras dificultades de la vida cotidiana. Ella es el «alivio», y por eso se grita: «¡Ayúdame, Madre mía de los Dolores!».”

Simone Weil ya nos decía que el dolor es como un clavo en la intersección de los brazos de la cruz, atravesando a un alma en la totalidad del espacio y del tiempo, siendo una manera de traer a Dios a la superficie.

Gina pane sin embargo creía que la divinidad arrastraría con ella el verdadero yo, inconsciente y reprimido, transformando nuestra personalidad y haciendo más libre al individuo: lo sagrado es lo humano. De este modo a la superficie corporal no se trae sólo el malestar social y político del mundo, sino al componente sagrado que cada persona contiene en su psique, manifestado a través del dolor físico.

El poder de lo carnal como encarnador, la herida como médium en el que se proyecta lo real.
La herida del cuerpo como memoria y verdad ontológica.

El dolor padecido es antropológicamente un principio radical de metamorfosis, y de acceso a una identidad restablecida. Es una herramienta de conocimiento, una manera de pensar los límites de uno mismo, y de ampliar el conocimiento de los demás.

¿Podría llegar a ser ésta nueva visión de la manifestación y uso del dolor, en una época asfixiada por el uso del cuerpo como producto, a través de lo abyecto, del desconsuelo, del ritual iniciático, del martirio andaluz, el elemento clave para una hipotética ascensión hacia la salvación o al menos un proceso transformador más que necesario?
“Esas tardes en la iglesia en que te quedas preso, perplejo y aspirando las heridas del costado de Jesús, o las flechas clavadas en el cuerpo desnudo de Sebastián; las heridas son como bocas abiertas, ya Genet lo comprendió en su día y en nuestra imaginación asociamos la felicidad a esa visión del Dolor y del Gozo”.
Pepe Espaliú
Ascetismo Liberador

Si huimos del dolor a través de la búsqueda del placer, no superamos el dolor, solo lo ocultamos detrás de una experiencia placentera, esto implica que para mantener dicho dolor oculto y que no vuelva a la superficie debemos enlazar una experiencia placentera con otra. Esto puede provocar resistencia, como el abuso de fármacos, y llega un punto que las experiencias van en un crescendo hacia un absurdo desmesurado por la necesidad de intensificar un placer que se desvanece por su reiteración constante. Por ello el ascetismo liberador implica que el individuo abrace el dolor, no en el sentido de incentivarlo y retroalimentarlo, sino de lidiar con él.